En 2019 Dra. Mª Lourdes Azorín Ortega impartió para AFIBROM una conferencia sobre fibromialgia y farmacodependencia. Ella es médico psicoterapeuta en el centro de atención ambulatoria de Proyecto Hombre Madrid. En este artículo os resumimos lo que nos contó, ya que nos parece muy interesante recordarlo y compartirlo.
Existe una relación preocupante entre la fibromialgia y la farmacodependencia. Cualquier enfermedad que aúne dolor crónico, cansancio y trastornos del sueño es una situación de alto riesgo para que se produzca un abuso de medicación o incluso farmacodependencia.
La fibromialgia es relativamente reciente, no hace mucho fue reconocida por la OMS, no se conoce la causa y no hay un tratamiento eficaz. Todo esto añade penosidad a las personas que la padecen, además todavía hay un desconocimiento médico, que hace que en ocasiones el propio médico no conozca las alternativas y como no sabe qué hacer, decide prescribir medicación.
Actualmente la enfermedad no tiene curación, por lo que el objetivo del tratamiento consiste en mejorar los síntomas, mejorar la calidad de vida.
Se dice que los médicos deberían algunas veces curar, muchas veces aliviar y siempre consolar. Pero la falta de tiempo y la organización del sistema sanitario no permiten en muchos casos escuchar adecuadamente al paciente.
Hay muchas técnicas que ayudan a mejorar y que son fundamentales en esta enfermedad: yoga, relajación, ejercicio…pero el sistema de salud, la industria farmacológica, incluso el sistema social, que genera unas expectativas respecto a la salud que, en ocasiones, no son reales, hacen que la medicina se haya desplazado prácticamente solo hacia la prescripción médica.
Los pacientes también tenemos nuestra responsabilidad, porque estamos enajenados con nuestra propia salud y depositamos la responsabilidad de nuestra salud en la Seguridad Social, pero la salud es personal e intransferible. Está claro que el médico tiene los conocimientos y los medios para ayudarnos, pero no debemos perder nuestra autonomía ni nuestra parte de responsabilidad en nuestros procesos de enfermedad.
En este caso el problema está en que el tratamiento médico para el dolor, la fatiga y la ansiedad se articula con fármacos, que son: analgésicos, relajantes musculares, ansiolíticos (benzodiacepinas y otros) y antidepresivos, todos ellos susceptibles crear problemas como adicción, síndrome de abstinencia, aumento de la tolerancia y abuso, ya que estos fármacos no son eficaces en el dolor de la fibromialgia, por lo que existe un gran peligro de sobrepasar la dosis de la medicación para intentar conseguir un mayor efecto.
Es importante tener en cuenta las comorbilidades de esta enfermedad y su cronicidad. Es muy importante que se aborden estos aspectos a nivel médico. La aceptación de vivir con una enfermedad crónica y compleja, porque si no es cuando empiezan a aparecer estados psicológicos y psiquiátricos que crean un circulo vicioso porque el ánimo depresivo y la desesperanza aumenta el dolor. La forma en que está organizada la sanidad pública dificulta que se haga un abordaje integral de estos pacientes, que son derivados a múltiples especialidades y en cada una el médico prescribe un medicamento distinto.
FARMACODEPENDENCIA
Podemos definir la farmacodependencia como un estado en que la persona necesita dosis repetidas de un fármaco para sentirse bien o para evitar sentirse mal. Se crea una necesidad del fármaco, al principio para aliviar el síntoma y después para evitar el síndrome de abstinencia.
Se producen alteraciones del comportamiento y hay un impulso incontrolado por tomar el fármaco (p.ej. si he salido de casa y se me olvidó tomármelo, me vuelvo a casa para tomarlo aunque llegue tarde o deje por hacer otras cosas).
Otro fenómeno característico de alguno de estos fármacos es el de tolerancia, que consiste en que el organismo se habitúa al fármaco y con el tiempo se necesitan dosis más altas para conseguir el mismo efecto. Ocurre con todos los opiaceos sintéticos y las benzodiacepinas, que no deberían tomarse durante mucho tiempo (p.ej. el tranxilium o el diazepam).
Cuando se dejan de tomar estos fármacos, como las benzodiacepinas y los opiaceos (p.ej. el tramadol) se produce un síndrome de abstinencia, que consiste en que se producen una serie de síntomas muy alarmantes y sufrientes, que hacen que la persona vuelva a tomar el fármaco para no tener que pasarlo. En este punto la persona se ha vuelto dependiente y ya no toma la medicación para aliviar los síntomas de la enfermedad, si no para no tener que pasar la abstinencia y su vida se articula en el consumo del fármaco (que no se me olvide tomarlo, que no me falte en casa, en el bolso…), la persona justifica en consumo en esta fase por una sensación subjetiva de tranquilidad, pero el fármaco ya no está calmando el dolor, sino la posibilidad de los síntomas de la abstinencia.
El consumo prolongado de estos fármacos hacen que la persona deje de ser ella misma, se pierde la percepción de la vida real, capacidades cognitivas, capacidad de atención, memoria, agilidad mental, capacidad resolutiva en las decisiones de la vida, torpeza física, porque estos fármacos son depresores del sistema nervioso central y todo esto les impide tener una vida laboral y social adecuada.
La responsabilidad de llegar a esta situación es compartida. En primer lugar, el sistema de salud que no permite al médico disponer del tiempo necesario para realizar otro tipo de atención, ni ofrece la formación de los conocimientos para tratar una enfermedad compleja como la fibromialgia y por otra parte la presión de la industria farmacéutica, hacen que el médico utilice la prescripción farmacológica como una forma “fácil” de tratar al enfermo. Por otra parte nosotr@s como pacientes, si tenemos la información (no existe un tratamiento eficaz), si nos produce síntomas secundarios que nos hacen sentir mal, si cada vez necesito más dosis…debemos tomar una decisión responsable con nuestra salud y hablar con el médico.
Una vez tomada la decisión firme de dejar la medicación, NO SE PUEDE DEJAR DE TOMAR SIN AYUDA DEL MÉDICO. No se puede dejar de golpe, es necesario un “desenganche” gradual supervisado por el médico. Es muy peligroso dejar de golpe los opiaceos y las benzodiacepinas. Durante la abstinencia aparecen síntomas como dolor fuerte y generalizado, sudoración, insomnio, cuadros de ansiedad, etc. que no son por la fibromialgia, si no por los efectos del síndrome de abstinencia sobre el sistema nervioso central.
Además de la dependencia “por los síntomas físicos” del medicamento, también puede darse una dependencia” psicológica” (como pasa en la drogadicción o el alcoholismo), que haría más difícil el periodo de abstinencia, pero afortunadamente no suele darse en personas con fibromialgia, ya que no hay una relación patológica con el medicamento, lo que hace que el pronóstico sea bueno cuando se toma la decisión de dejar de ser dependiente de un fármaco.
Entonces, si no disponemos de un fármaco eficaz para aliviar el dolor en fibromialgia ¿qué hacemos?
Es muy importante aceptar que la fibromialgia, de momento, no tiene un tratamiento eficaz y buscar ayuda para trabajar con técnicas que ayuden a controlar los factores emocionales que influyen sobre el dolor, como el estrés, el miedo y la ansiedad, técnicas que nos ayuden a modificar en lo posible los factores cognitivos que influyen en el aumento de la percepción dolorosa como las creencias, actitudes de evitación, y la autoeficacia, que consiste en aumentar la creencia en las propias capacidades.
Y también trabajar con factores sociales como la empatía interpersonal y el apego, ya que el dolor ocupa todas las áreas de la vida y la persona está autocentrada, por lo que es muy importante relacionarse.
La implicación de la familia también es importante, en ocasiones son excesivamente críticos porque no entienden la enfermedad y esto produce un aumento de los síntomas. Pero en otras ocasiones ocurre lo contrario, la familia sobreprotege a la persona enferma y la empequeñece, no permitiéndole tomar sus propias decisiones, lo cual también agrava los síntomas.
También es importante actuar sobre los factores físicos, como ejercicio adaptado, técnicas manuales y otras.
Todo este aprendizaje requiere un esfuerzo y la actitud debe ser de querer hacerlo y ponerse “manos a la obra”. Por que este trabajo tiene un impacto real y significativo sobre la percepción del dolor y sin efectos indeseables.
Podemos concluir que en el camino de mejorar la salud, el médico participa en una parte, pero no podemos dejar toda la responsabilidad sobre el sistema, tenemos que ser parte activa y responsable en la recuperación de nuestra salud y en la conquista de nuestra felicidad.